Dicen que el Imperio Romano de las mujeres es el caso de Lauren Wasser, aquella modelo que sufrió una doble amputación de piernas por el Síndrome de Shock Tóxico. Las personas que menstruamos conocemos el SST porque nos hablan de ello en cada caja de tampones que usamos; estos artefactos de algodón que en los anuncios de la tele muestran cómo permiten saltar, correr y subirte a una montaña rusa llevando pantalones blancos mientras te ríes a carcajadas, lejos de ser inocuos, pueden hacer que te corten una pierna e, incluso, te pueden matar rápidamente. La mitad de las personas que sufren un SST tienen la regla en ese momento.
Este síndrome lo causan un par de bacterias que, al entrar en contacto con el torrente sanguíneo, deciden destruir órganos, tejidos y lo que encuentren a su paso. Mata a 3 de cada 10 personas afectadas. Ojalá poder pensar en Caesar Augustus y en cómoconsolidó las fronteras de los territorios bajo dominio de Roma, que se extendían desde la península ibérica hasta la parte oriental de Anatolia, tanto en Europa como en África, siendo así un imperator por derecho propio, pero nos tocó menstruar.
Más allá de este pensamiento obsesivo (eso es un Imperio Romano), que no deja de ser un problema más con el que tenemos que lidiar las mujeres y personas que menstruamos, creo que mi preocupación más recurrente es, ahora, un cúmulo de circunstancias que me hacen aborrecer el presente y desconfiar del futuro, mientras me apiado de las generaciones venideras. Hablo de la mentira aceptada en la que vivimos.
Cuando visionamos ficción, ya sea una película o una obra de teatro, nos cuenten una historia o un chiste, las partes involucradas firmamos un pacto tácito por el que nos prestamos a creer momentáneamente que alguien es una persona diferente a la que es en la realidad en pos de comprender algo más allá, provocar cierto efecto o transmitir una información o una moraleja en forma de relato. Cuando baja el telón, ese pacto se rompe y la actuación cesa; las personas que actúan vuelven a ser las que son en su día a día.
Sin embargo, este contrato social es ahora algo que se extiende más allá de las fronteras de la ficción; la gente real es, a su vez, personaje y realidad. Los atuendos que utilizamos para la obra, el atrezzo y el maquillaje y el vestuario, son al mismo tiempo verdad y mentira. Y es culpa de las redes sociales, a las que habría que empezar a llamar canales sociales, porque una red implica ramificaciones y lo que tenemos delante es bidireccional, como mucho. No hay red, solo hay un megáfono. Este es mi propio Imperio Romano.
¿Cómo puede ser que aceptemos que una cara con un filtro es una persona? ¿Cómo puede ser que, aún sabiendo que nada de lo que venden las Kardashian es real, porque cada foto que suben está estudiada al detalle, escenificada, planeada, PRODUCIDA, retocada y seleccionada, la gente siga aceptando sus vidas como reales? No lo son. Ni siquiera sus caras son reales. ¿Como puede ser que no rechacemos de plano todas las fotos que consumimos como palomitas dulces el día después de la Gala del Met cuando no hay ninguna que no haya pasado por Photoshop? Ni Jennifer López es tan joven, ni Ariana Grande puede cambiar de etnia a su gusto. Esta gente existe, pero también ha dejado de existir, porque nadie aceptaría que sus yo reales son lo que nos venden que son.
¿De verdad creemos que esto no nos afecta en nuestro día a día, cuando nos miramos al espejo? ¿Cómo entendemos nuestra vida en este paradigma? Es demencial que haya cola en el templo de Lempuyang, en Bali, para sacarse una foto que solo existe en redes sociales, porque hay que trucar la imagen para que “Las Puertas del Cielo” sean dobles y no como lo son en la realidad. Estamos creando una dimensión paralela en la que el presente es un universo aparte que existe en una imagen estática o filtrada y no queremos mirar al mundo y a nosotras mismas como somos. Tal cual nos aparecemos a los demás. ¿Acaso no nos parece ridículo ver a alguien sacarse un selfie o bailar un baile estúpido delante de un móvil en medio de la calle, pero luego le damos un “me gusta” a lo que vemos en la pantalla, cuando es lo mismo? La brecha, profunda e irremediable, que esto provoca con nuestras vidas, la insatisfacción y la frustración de tener que lidiar con una estampa sin filtrar, no la conocemos en toda su extensión aún.
Es técnicamente imposible que seamos felices si no entendemos que la ficción es ficción y que la realidad es realidad porque la ficción siempre tendrá un brillo del que la realidad carece, y, a su vez, tendrá un poso falso que nos dejará vacías y en búsqueda de algo difícil de señalar. Es técnicamente imposible que sigamos mucho tiempo subsistiendo en este nuevo pacto tácito que nos lleva a un hambre infinita de algo que no es verdad. No sé cómo se sentirían en el imperio cuando cayó Roma, pero ojalá no estemos lejos.
Este artículo es parte de The Posttraumatic VOL.8 "BREAKING NEWS".
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